Ministerio emisor
La Iglesia es consciente de la acción de Dios en favor del Hombre Vivo, aquel que, por y en Cristo, aspira a volver a ser «Imagen y Semejanza de Dios», gracias a la conversión del corazón, aunque esté desfigurado por el pecado de nuestros orígenes. La venida de Cristo es un paso en esta dirección, una salvación que nos salva del callejón sin salida, nos abre a la esperanza y nos libera.
Diversos motivos pueden frustrar o frenar esta noble y santa aspiración de acercarse a Dios, de ser amigo de Dios. Entre ellos, la elección explícita de pecar sin arrepentimiento o las manifestaciones del enemigo, el Divisor, que, más allá de las simples tentaciones presentes en nuestra vida cotidiana, ataca y atormenta por igual a cristianos y no cristianos, aunque todos seamos peregrinos en esta vida. Puede ser el resultado de un deseo de vivir creándonos defectos, como pecados graves no confesados en la confesión, o entregándonos a prácticas ocultas, o incluso sufriendo, de forma misteriosa, las enemistades de quienes nos desean el mal a través del Mal. Es la invocación del enemigo contra nosotros.
La Iglesia propone una mayor conversión personal mediante un sencillo proceso de renuncia al mal, de renovación de las promesas bautismales, de vida guiada por el Evangelio y de confianza en Aquel que libera y salva, Cristo mismo. Los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía, incluida la Adoración al Santísimo Sacramento, son esenciales, así como la eliminación de todo sentimiento hacia cualquier persona (odio, deseo de venganza, etc.). El corazón debe ser libre, al tiempo que se libera de las garras del enemigo. Desatar para liberar: ¡la meta del viaje!
Contactos
- P. François LAPOINTE OMV
- P. Yves MORIN OMV
- P. Guillaume CHARBONNEAU OMV
El enemigo del hombre puede actuar contra nosotros de cuatro maneras:
Busca tentarnos a través de nuestros sentidos, nuestra imaginación y nuestros afectos. La tentación es universal a causa del pecado de nuestros orígenes, pero nunca está por encima de nuestras fuerzas, pues la gracia siempre nos acompaña;
Puede infestarnos (lugares, casas, objetos, etc.);
Intentará abusar de nosotros, es decir, atacarnos en nuestra oración, nuestra salud, nuestros afectos, nuestro trabajo y nuestros recursos;
A veces se convertirá en una obsesión, dando lugar a tentaciones interminables o pensamientos insoportables de los que no puedes desprenderte.
Remedios: Aquí es donde las oraciones de liberación son útiles, necesarias y, a menudo, esenciales. Van acompañadas de un cambio de vida. Pedimos a Cristo la gracia de la liberación.
En casos muy raros, puede recurrirse a la posesión. La posesión se reconoce meticulosamente, mediante un exorcismo encargado por el obispo local. El obispo puede pedir ayuda externa (psiquiatras, grupos de oración, etc.) y se acompaña a las personas con gran caridad. Es el poder de Cristo el que libera.
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